Franz Beckenbauer cumple 75 años el viernes. Ídolo absoluto del Bayern, luz en el terreno de juego y Káiser. Un trotamundos, aunque con fuertes raíces de su tierra. Ha visto el mundo y lo ha marcado, ya que siempre siguió siendo el auténtico Franz que salió de Giesing. Aprovechando su cumpleaños, la revista para socios "51" ha visitado el barrio de Múnich donde se crió con su hermano Walter para conocer a fondo su historia.
La pendiente desciende de forma abrupta hacia donde discurre el río Isar Todo lo que lo rodea hoy es un poco diferente a como era antes, tanto por el número de personas como por lo que hay a su alrededor: El número de coches presentes en la colina de Giesing es muy distinto al que había poco después del final de la guerra. Walter Beckenbauer se encuentra arriba, lanzando una mirada sobre la ciudad. "¡Cuántos recuerdos!", dice. En esta pendiente es donde se se formaron las primeras batallas entre los jovenes de un barrio y otro. Quién se despistara, acabaría atado a un árbol y se quedaría allí. "Los padres nos llamaban por la noche: Max, ¿dónde estás? Fritzi, vuelve a casa", cuenta Walter Beckenbauer. Décadas después, oirá a su hermano quejarse de algunos partidos de fútbol, incluso de los más destacados del panorama internacional, cuando algo no le gustaba: "Esto ha sido como un partido entre el alto y el bajo Giesing".
Algunas historias son difíciles de creer, incluso aunque las hayas visto con tus propios ojos. Pero se puede leer perfectamente "Káiser" en letras de imprenta. La señal del tibre está arriba a la derecha. Walter Beckenbauer sonríe. En la antigua casa de sus padres, donde creció Franz, hoy en día vive alguien que se llama Káiser. Qué cosas.
"En nuestro cuadrado no nos faltaba de nada"
Por lo demás, hay muchas cosas nuevas: "Timbres y pomos dorados, eso no era así antiguamente", cuenta beckenbauer. Pero las ventanas del sótano a las que le daban balonazos siguen siendo las mismas. En aquella época era una casa vieja, no dañada por la guerra, aunque había ladrillos rotos en las escaleras, en las que jugaban los dos hermanos Beckenbauer, aunque siempre con cuidado de no deslizarse por el suelo de la segunda planta, donde habia astillas. "La casa era tan antigua, siniestra y oscura...", explica Walter. La casa se quedaba abierta y en el pasillo solían dormir extraños. "Pero todo era genial, tuvimos una bellísima niñez". En el barrio, "en nuestro cuadrado", no faltaba de nada. Todo su pequeño mundo se encoentraba en la casa de su abuela, en la que vivían con sus padres. Arriba, sobre los tejados de Giesing, con muchas ventajas, por las que se podía ver el campo de fútbol del SC München 1906, equipo que jugaba en la categoría más alta del fútbol amateur y que solía atraer a unos 4000 espectadores.
Dos habitaciones, un horno en el salón. En invierno, cuando hacía frío, la familia solo hacía vida en la cocina, cuenta Beckenbauer. En uno de los cuartos había que tener cuidado cuando se entraba por la puerta, ya que en el suelo habíaa un agujero. La madera de muchas casas de la época era muy vieja y la gruesa alfombra que colocó la familia no suponía una protección en la que confiar en caso de accidente. "Si alguien con mucho peso hubiera pisado encima, hubiera acabado en la tercera planta. Eso era así en aquellos tiempos".
"Wunschkonzert" en la radio de madera
A pesar de todo, se sentían agusto y seguros, sobre todo los viernes por la noche, el único día en el que los chicos se podían bañar con agua caliente. Salvo ese día, solo había agua fría en casa. La madre, Antoine, que siempre se ocupaba de lavar la ropa en la plaza Walchensee, se llevaba un cubo a la casa y, cuando Walter y Franz estaban limpios, los dejaba sentarse en el sofá. Normalmente era el padre, también se llamaba Franz, el que se sentaba allí durante toda la semana. "Esas noches eran especialmente bonitas en casa", recuerda Beckenbauer. "Teníamos una especie de radio de madera y los viernes sonaba el "Wunschkonzert" con Fred Rauch y escuchábamos druante una hora esos viejos éxitos alemanes". Freddy Quinn era uno de los que sonaba y Beckenbauer canta brevemente una canción. "Y el viento del sur que sopla..." Comienza a sonreir: "Desde el punto de vista actual, una canción mala. Pero para nosotros era una canción preciosa".
La infancia después de la guerra
Franz Beckenbauer nacío en un mmento en el que las personas necesitaban pocas cosas para sentirse feliz. Walter, cuatro años mayor, vivió cómo su madre temía que los ataques aéreos derribaran la fábrica de maderas de al lado y enterraran la casa de sus padres. "Cuando nací, nadie se interesó en mi", cuenta con una sonrisa. "En 1941, la gente tenía muchas preocupaciones. Cuando mi madre vino a casa con Franz en brazos en septiembre de 1945, la guerra ya había terminado, todo el edificio la aplaudió. Señora Beckenbauer, tiene usted un hijo precioso, decían los vecinos. Yo miré el peso y dije: Tiene la cabeza de forma de huevo. Desaparecí un par de horas. Fue, quizás, el único día en el que el hermano mayor estuvo enfadado con el pequeño".
Fútbol las 24 horas del día
Su mayor felicidad: El campo de fútbol de enfrente. Aflojaron unos tablones de madera que había en la cerca y tanto ellos como los demás chicos del vecindario jugaban desde por la mañana hasta por la noche. "Nadie nos expulsó", cuenta Beckenbauer. "Nos lo tomábamos enserio, entrábamos como los grandes jugadores". Igual de verde como los césped de hoy en día no era. "Una vez creció aquí un poco de hierba, allí tambié y en el centro del campo solo había arena". Eran esos tiempos en los que los padres se despedían en la iglesia con una camisa blanca y las mujeres los sorprendían de regreso a casa cuando venían de ver el fútbol. La arena del terreno de juego que manchaba la camisa revelaba dónde habían estado.
A esta histórico paseo por el barrio se une Helmut Heigl, uno de los viejos y mejores amigos de Franz. Él era uno de los estaba allí cuando empezaron a vender papel viejo y chatarra por un par de centavos. En la casa del pueblo colocaban los bolos, lo que les daba para ganarse algo. Finalmente, reunieron lo suficiente para comprarse un balón de verdad. Antes, solo tenían uno hecho de trapos, papel y caucho. Cada noche, cuenta Heigl, uno de ellos se podía llevar su nuevo tesoro a casa. "Pero todos tenían una importante misión", añade Beckenbauer: Engrasarlo bien. Siempre se llevaba la pelota, aunque su madre no se ponía especialmente contenta a la mañana siguiente cuando veía las manchas.
Un formador único
Franz tuvo que asumir primer el rol de recogepelotas. Pero, aquella función encomendada a los más pequeños no duró demasiado. Muy pronto, los mayores de dieron cuenta: "¡Ojo! ¡Mira cómo devuelve la pelota! Se le da bien". Franz, a quien su padre llamaba "cigarillo" porque era muy pequeño, se hizo grande de repente, algo que no pasó desapercibido para Franz Neudecker, un entrenador de la academia del 1906. "Una persona muy buena", lo recuerda Walter Beckenbauer. "Regresó de la guerra con una sola pierna, pero siguió jugando al fútbol. Era más rápido con sus muletas que los otros con dos piernas". Neudecker fue el formador de Franz, que poseía un talento con el que su hermano solo podía soñar: "Si hubiera tenido solo un diez por ciento de eso, hubiera sido un futbolista amateur muy bueno".
Tampoco es que se le diera mal en absoluto. Llegó a jugar en el equipo escolar del Bayern de centrocampista organizador, el equipo de su corazón: "Con once años iba andando hacia alli". ¿Por qué Franz elegiría al 1860? Su hermano se ríe: "Se mereció era legendaria bofetada". Tras aquel percance, le dio el sí al Bayern de Múnich.
El fútbol lo era todo para los Beckenbauer. Solo en invierno, cuando todo estaba congelado, jugaban al hockey sobre hielo en la puerta de cada o construían inglús en el campo del 1906. Se escapaban continuamente de la guardería porque les encantaba jugar al fútbol, hasta que un día llegó una monja: "Señora Beckenbauer, no se enfade conmigo, pero las cosas no van a funcionar aquí con ellos dos". La madre no estaba enojada, dejó caminar libremente a sus hijos, ya que confiaba en que aprenderían los valores correctos sin tener que ir a la guardería. Acabó teniendo razón. "Nos educamos nosotros mismos bajo su supervisión", revela Walter. "Fue una mujer muy especial y todo lo que nos ha dicho lo seguimos recordando hasta hoy".
La visión moderna del mundo de la familia Beckenbauer
Para Antoine Beckenbauer, y para sus hijos, todas las personas son iguales. "Esa era su visión del mundo", dice Walter Beckenbauer. "Para ella no había negros, blancos, ninguna religión, ninguna diferencia de orígen. Siempre dijo que lo que cuentan son las personas". Hasta hoy, el hombre al que la gente bautizó como Káiser, sigue tranando a todos por igual, tanto a una secretaria como al Jefe del Estado. "Siempre nos sermoneaba diciendo que nos teníamos que comportar así. Si todos lo hicieramos, tendríamos un par de problemas menos", cuenta Walter Beckenbauer. El motivo de esa forma de pensar solo puede intuirlo: Su madre tuvo muy buena relación con un pequeño supermercado de judíos del barrio, una relación muy amable y cálida. "Creo que tenía una forma de pensar que estaba constituida de una manera distinta que la de los otros en unos tiempos en los que la locura alemana solo estaba cerca de terminar". La imagen del padre, "un claro socialdemócrata", así como la de su hijo de su hijo, también moldeó la forma de pensar y vivir de la familia.
La escuela Icho, enfrente de la Iglesia Heilig-Kreuz, un edificio con más de 100 años de historia, le dio más herramientas a los hijos de los Beckenbauer para que desarrollaran su visión del mundo: Ambos se interesaban mucho por los clases y la asignatura que más les gustaba era geografía. Eso suponía conocer el mundo, países extranjeros, culturas lejanadas. En aquellos tiempos, en las clases había un total de 65 alumnos. Los profesores abogaban por un régimen estricto y Beckenbauer recuerda sobre todo a un ex combatiente de la guerra, con el que alguno que otro acabó dentro de una papelera de la que le costó trabajo salir.
Aquel profesor se convirtió más tarde en el campeón de boxeo de Baviera, cuenta con una sonrisa. Incluso hoy en día, los Beckenbauer, de broma, comentan que esta es "La Universidad de Giesing". Walter estuvo presente cuando Franz, durante su etapa en el New York Cosmos, le explicó al gran Pelé que Giesing era una famosa ciudad universitaria y que los dos hermanos estudiaron allí. El brasileño se quedó impresionado hasta que Franz le reveló la broma. "Pelé se partió de la risa. Creo que creció en condiciones parecidas que nosotros, a pesar de que estuviera en la otra punta del mundo".
Las cámaras no eran lo suyo
Apenas hay fotos familiares de la época de cuando los hijos de los Beckenbauer iban descalzos con 13 años, también jugando al fútbol y de cuando llevaban los famosos lederhosen. Una tía tenía una cámara de fotos, pero aquellos jóvenes siempre pensaron que posar como modelos para ella era lo más parecido a un castigo. A finales de los años sesenta, aquel objeto empezó a encontrar su hueco, aunque, echar una foto, podía tardar hasta horas, por lo que siempre era más interesante ver lucha libre.
Lo que siempre permanece son las historias: Como cuando llenaron la jarra de cerveza de su padre en la Casa del Pueblo, la probaron de camino a casa y la llenaron de agua antes de llegar. De cómo discutió su madre con el peluquero de Franz cuando le cobró de repente 30 peniques en lugar de 20 ("eso era mucho dinero entonces"). De cuando iban al cine "Wendelstein" a las 16:30 porque así te podías quedar hasta el final sin pagar. Se proyectaban películas como "Ben Hur" o películas de indios y vaqueros. Y lo especial que era cuando su tía traía mandarinas o plátanos por navidad, frutas que no comían muy a menudo.
El lujo de la época: Manzanas o pan con mantequilla
Sahen die Buben einen der Wohlhabenderen aus einem Haus gehen mit einem Apfel, durfte der, der als Erstes „Butz“ rief, neben der Person hergehen und warten, bis ihm die Reste überlassen wurden - noch heute isst der „Kaiser“ jeden Apfel komplett. Ein ähnliches Spiel gab es, hatte jemand ein Butterbrot dabei. Dann rief man „Schugg“ und sicherte sich so das Anrecht, etwas abzubekommen. Und wenn der Vater seine Schuhe mit Lebertran einschmierte, musste Walter – unter Strafandrohung – das grausige Gebräu danach trinken. Der jüngere Franz hatte Glück; zu seiner Zeit war schon das wesentlich süßere Sanostol erhältlich – und er bekam sogar trotzdem zwei Pfennige Belohnung, wenn er es artig runterschluckte.
Cuando veían a alguna persona adinerada salir de casa con una manzana, el primero en decir "Butz" podía ir al lado de esa persona y esperar a que le diera los restos. Hoy en día, el Káiser se sigue comiendo las manzanas por completo. Un ejemplo parecido es cuando alguien tenía un pan con mantequilla. Entonces de decía "Schugg" y el primero se ganaba el derecho de recibir un poco. Cuando el padre untaba sus zapatos en aceite de bacalao, Walter, bajo amenaza de castigo, tenía que beberse aquella horrorosa bebida. El joven Franz tuvo suerte: En sus tiempos, ya se podía comprar Sanostol. A pesar de eso, se gana dos peniques de recompensa si se lo bebía completamente.
"No obtienes nada si no haces nada"
Pero, ¿fue Franz un niño con suerte? Walter Beckenbauer agita la cabeza energicamente. "Quiero mucho a mi hermano hasta hoy, lo conozco muy, muy bien. Siempre ha sabido lo que es capaz de hacer. Pero yo también sabía que no obtienes nada si no haces nada. Franz ha trabajado duro mucho tiempo de su vida, motivado por una gran ambición y por el gusto por la perfección". Al final del paseo por Giesing, Walter se encuentra ante la Iglesia Heilig-Kreuz. Franz fue acólito allí un año y Helmut Heigl recuerda exactamente cómo sus amigos cuidaban de las chicas en las fiestas religiosas de mayo. Siempre tuvo fé, coindicen los dos sobre Franz. "Creo que su fé en las personas se ha desarrollado más que en la de la Iglesia. Cree más en el aspecto social de la vida", comenta su hermano. "Franz es un de las personas más generosas que existen, le encanta dar. Eso está muy dentro de él".
100% de Giesing
¿Cuánto de Giesing sigue dentro de él a pesar de sus largos viajes en los que se convirtió en Káiser, en el centro de atención y en un ciudadano del mundo? "Toda su esencia sigue siendo de Giesing", dice Walter Beckenbauer. "Eso siempre va a estar dentro de él, eso no lo saca nadie y está bien así". Heigl: "Hoy en día, sigue intentando venir a todas las quedadas de los antiguos compañeros de colegio. Y en cinco minutos, todo está tal y como era antes". Piensa que eso define todo. Su hermano "ha sido seguramente el alemán más conocido de todo el mundo", admite Walter. "Quizás lo siga siendo actualmente". Pero, también sabe de dónde viene. Esa conciencia, de saber dónde empezó todo, no la va a olvidar nunca". A principios de los 90, Franz quería comprar la casa de sus padres, pero no salió. Su plan era construir un hogar para madres solteras. Hubiera sido un gran proyecto para ese edificio y el barrio donde creció el Káiser. Está algo cambiado, pero muchas cosas siguen siendo tal y como lo eran antes.
Fotos: Sigrid Reinichs
Una entrevista a Franz Beckenbauer:
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